foto Beatriz Collado

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Cualquier gurú humano, del psiquiatra al sacerdote, condenaría las fijaciones a las que se entregan espíritus inquietos dotados de dinamo interna. Para ellos, obsesionarse como un resorte es pecado, vicio o manía enconada. En estas suertes, Nuria Mora sería uno de esos espíritus que centrífuga la energía propia para sobrevivirse.

Lo de ella es, sin embargo, un mecanismo milagroso. Transforma ese torrente en belleza neta, en una materia pura que se ofrece fresca y humeante: trazos rotundos y formas vegetales que arañan las capas de humanidad como en un ejercicio de electricidad arqueológica. Lo que nos llama a asomarnos a ese muro en verde menta y malva ácido donde lianas de spray alumbran criaturas de tinta, cuando rozamos con los dedos sus celosías de lápices de colores o tratamos de entender las líneas de sus alfombras al tiempo que las pisamos y somos parte de ellas, no es sino, asistir a la belleza del hombre mismo.

Hasta aquí nos ha llevado Nuria, montados en su Vespa roja. Ha sido un viaje tremebundo, un proceso de fisión en el que sus pinceles han sido nuestros y nos apropiamos de lo suyo, porque lo que ella trae plasma la sensibilidad de todos. Las explosiones de Nuria son así milagrosas, porque son el espectáculo telúrico que revienta para traer la calma, como las hermosas flores mojadas tras la tormenta. Y la propia Nuria, con su risa infinita, renace y es otra, porque en cada nuevo espectáculo se vuelve a dar libre de ego, lo contrario de lo que sucede a aquellos que llenan lasguías, las paredes y las galerías. Toda búsqueda se cobra siempre un peaje de ego tal vez porque alumbrar lugares nuevos desde la oscuridad genera un miedo y desconfianza que deben respaldarse con una personalidad invasiva y sed de aplauso constante. Esa no es Nuria, que con su cocacola light no pretende alumbrarnos ningún atajo de conocimiento. Ella se entrega a sus «inutilidades» por exigencias de su exceso de energía. Su sinceridad terrible es su mecanismo vital. Lo de Nuria es una infección de belleza para sobrevivirse a sí misma. Y desde la delicadeza más absoluta hace conciertos en formas vegetales y orgánicas, encontrando -que no buscando- la feminidad cósmica de una naturaleza caprichosa y absoluta que a todos envuelve. En ese centro de flores que ha ido juntando despacito, con la mayor ternura, o en esa enorme pared que explosiona de sensualidad y magma, las manos de Nuria nos han llevado a todos por una nueva memoria de detonaciones atómicas que no son sino, las nuestras propias.Y a eso, algunos gurús, le llaman arte.

Carlos Risco.

 


 

‘There is something intrinsically subtle about Nuria’s work, something which, even when confronting you in an unexpected, unforeseen manner, always does so in a delicate, calming way. Is this the femininity she talks about in her work? Not femininity in terms of painting specifically female themes however, but in her way of working with the structure around her, not against it. Not trying to dominate the surrounding environment, not wanting to simply attach her meaning on to it, but opening us up to a new appreciation of the space around us, a new way of seeing our urban milieu.

Nuria’s work creates an explicit, dialogical interaction with the surface, an interchange between herself and the very medium of the city, but must also be understood through its attempt to create a dialogue with the public itself, with her audience, the diverse community of the city. Her work is thus what she would call an ‘open language’, a silent, sensitive poetry, working against the saturation, the overburdening of signals that we are subject to within everyday city life. Through a spontaneous, respectful practice, considering the space, place and the neighbourhood itself, Nuria thus attempts to make ‘a place for free thinking’, a ‘space of dead time’, using a language which is ‘infinite, abstract’, and thus ‘universal’.

There is more to Nuria’s aesthetic than her street productions alone however, and her inside work, her endeavours taking place within gallery or institutional settings, would thus never seek to simply replicate her outside projects within this new context; to produce on a canvas what would otherwise need the medium of the street, the spontaneity of the city to function effectively, would simply be an anathema to Nuria, it would just not make sense. Using installations, videos, murals, watercolours, whichever tool she can reach out and use, Nuria thus re-creates her world within this new context, vitally however, always somehow connecting it with the space of the city, with the real world outside of this ‘place’.

Rafael Schacter on ‘Mas alla de la curva del camino’.